Entrevista de Guille Altarriba
Frente al riesgo de exclusión
social o el auge del islamismo radical, Josep
Masabeu se muestra
confiado. Él es responsable de Braval, una asociación de voluntariado que se
encarga de ayudar a jóvenes inmigrantes del barrio del Raval, en Barcelona, a
través del fútbol y el básquet. Con Josep hablamos sobre estos y otros
temas y acabamos concluyendo que tal vez el amor sí mueva el mundo. Pero eso es
el final: antes, la entrevista.
Hablas de
que entre la 2ª y la 3ª generación de inmigrantes se da rechazo contra la
sociedad que los acoge, y que por eso ocurren fenómenos como el del yihadismo,
¿por qué este rechazo?
Principalmente por una falta de
expectativas. Toda persona sostiene su personalidad en cinco patas: los
valores, la familia, los amigos, las creencias y el trabajo. Pero si no tienes
trabajo ni familia ni amigos y tampoco puedes vivir tus costumbres como lo
hacías en tu país, ¿qué te queda? Solo las creencias. Es lo único que les queda
a los inmigrantes aquí, y se aferran a ello para mantener su identidad frente a
una sociedad que no les acoge como debería.
Aunque si
hablamos de 2ª y 3ª generación, de hijos y nietos de inmigrantes, la pata de la
familia sí que la tienen, ¿no?
Pero hablamos en muchos casos
de familias desestructuradas. Ya sea porque los padres se han separado o por
otros motivos, como el caso de un chaval cuyo padre trabaja de noche, su madre
de día… Económicamente salen adelante, pero el chico hace exactamente lo que le
da la gana.
¿Hasta
qué punto se puede hacer la identificación entre auge del yihadismo y
desarraigo social?
No es una relación matemática,
pero todo está relacionado. Todos los análisis que he leído coinciden en este
punto: el yihadismo es un refugio ante la desesperanza, una sublimación que
surge entre jóvenes que han quedado colgados de la sociedad. Es necesario
consolidar el ascensor social, porque si perdemos a la 2ª generación de
inmigrantes corremos el riesgo de tener aquí en Barcelona las banlieues de
París.
¿Además
del desarraigo social, existen otros factores?
Hay otros, claro, sobre todo
las redes sociales y la influencia de los imanes radicales. Cuando no tienes
ninguna otra salida, es muy fácil ser manipulado, y los chicos de los que
hablamos son muy inseguros, tienen poca personalidad. Si desde el yihadismo se
les promete el oro y el moro, y la sociedad de aquí no les ofrece nada tan
atractivo… pues ya tienes el terreno abonado. La juventud es idealista, y esta
es la situación
¿Hablamos
solo de jóvenes musulmanes?
No, también españoles que no
tienen creencia y que, por tanto, qué más les da. También hay que entenderlo:
si yo no creo en nada y unos no me ofrecen oportunidades pero otros sí… Me voy
de cabeza a Siria con el Estado Islámico.
Desde tu
posición, del trato de cada día, ¿Ves la situación tan grave como lo venden los
medios?
Sí que es serio, aunque no
tengo datos exactos en la mano. Es algo serio y además tampoco es algo nuevo.
Recuerdo que ya hace casi ocho años que el juez Garzón hizo aquella redada en la mezquita de la calle Hospital. Esos tíos
iban a poner una bomba en la L2 del metro. El problema en Barcelona es que
tenemos grandes bolsas de pobreza y marginación, y no podemos permitirnos ir
cultivándola. No pienso que haya que angustiarse, pero tampoco decir “no pasa
nada”. También veo un cierto acuerdo entre los medios para no dar demasiada
información y evitar que la gente se ponga muy nerviosa. Sin embargo, creo que
hay esperanza
La clave de la inclusión social es romper la barrera física, que lleva a la barrera mental
¿Dónde está esta esperanza?
En la gente. Con egoístas nunca
conseguiremos una sociedad cohesionada, pero en el barrio del Raval, que es la
realidad que conozco, somos treinta y pico las entidades que nos dedicamos a
todo esto, y luego hay mucha gente sola que ayuda por su cuenta. Tenemos en
esta ciudad una red social que en otros sitios no tienen: los colegios, la
sanidad, las parroquias, los servicios sociales, las entidades… Esta red es el
motivo de que el problema no haya explotado como en París.
¿Cuál es
la clave para ayudar de verdad a estos jóvenes en riesgo de exclusión?
Lo primero de todo es mezclar
la diversidad, porque esto rompe la barrera física y permite aprender de los
demás. Con barrera física me refiero a tocar, a hablar con el otro… Cuando uno
ve a una persona de otro color u otro país, que viste diferente… Pues yo no sé
qué decirle, me pregunto qué estará pensando de mí, y él igual, se pregunta qué
estaré pensando yo de él. Es una barrera física que implica una segunda
barrera, la mental.
¿Y cómo
se rompe?
Con proyectos colectivos.
Nosotros en Braval estamos centrados en el fútbol y el básquet, que son
deportes donde la barrera física se rompe al segundo día de vestuario. En unos
castellers, se rompe a la media hora de estar cogidos. Una obra de teatro o un
grupo de baile también funcionan.
Y en
individual, ¿qué puedo hacer yo?
Fíjate, un ejemplo. Pon que vas
por la calle y te encuentras a una persona que te pide limosna. A lo mejor no
puedes darle dinero si no llevas, pero ¿no puedes estar un rato con él,
hablando? Entonces te das cuenta de que vamos con estereotipos. “Es que me da
corte”, piensas, y esa es la barrera física.
¿Qué más
estereotipos llevamos con nosotros?
Un estereotipo muy extendido es
el de que los inmigrantes son unos palurdos, unos ignorantes. Pero te doy un
dato: de los 12.000 pakistaníes que hay en Barcelona, 6.000 tienen carnets de
la Red de Bibliotecas. Si tú vas a la biblioteca de Carrer del Carme 47
cualquier día por la tarde es como si entrases en Kandahar. La directora de
allí, una mujer que vale un imperio, descarga los diarios en idioma urdu e
imprime unos cuantos. Bien, pues si empiezas a hablar con la gente de allí, es
cuando te sorprendes. “Yo soy médico y estoy trabajando de paleta” o “yo soy
físico y…”.
Impresiona…
O te pongo otro ejemplo. En
Braval tenemos un chico ucraniano, cuya familia ahora lo está pasando mal por
la guerra con Rusia. Su padre trabaja aquí de paleta y su madre de señora de la
limpieza. Resulta que su padre era profesor de la Escuela de Ingeniería de Kiev
y su madre, doctora en Filología Rusa. Si miras a este chaval, ¿qué piensas?
“Hijo de un paleta y una señora de la limpieza”… ¡qué va! Hijo de dos
catedráticos de la universidad. Sabe hablar castellano, catalán, inglés,
francés, ruso y ucraniano, y ha visto todos los museos. Es una muestra viviente
de cómo nuestros estereotipos son eso, estereotipos.
Hablabas
antes de que hay que potenciar el “ascensor social”, ¿existe este ascensor o es
una aspiración por cumplir?
Existe, y tanto, pero hay que
darle patas. Te lo explico con otro ejemplo muy cercano. Uno de los programas
que tenemos es el de robótica, de la Lego League, y uno de nuestros chicos
estuvo en una de las conferencias que esta entidad da por los colegios de
Barcelona. El chaval antes decía que quería ser pintor de brocha gorda, como su
padre, una cosa bien respetable.
¿Y qué
pasó?
Después de hacer el programa de
robótica, dijo “yo quiero hacer eso que explicó esa señora de unos chips de la
NASA”. Entonces le dije “Mira, si quieres hacer esto has de sacar un 8,5 de
tercero de ESO, un 8,5 de cuarto y un 8,5 de Bachillerato, porque así podrás ir
a la universidad con beca. Allí has de estudiar una carrera que se llama
Ingeniería Informática”. El tío no tenía ni idea de lo que era eso, pero ahora,
seis años después, está en segundo de Ingeniería
Informática. Esto es ascensor social, pero
solo se consigue a partir de una relación personal con los chicos.
¿También
depende del entorno o de las ayudas?
Es necesario –y se da- que los
padres se impliquen, pero todo empieza en lo más básico, en lo de más abajo. La
clave está en cosas como que hay que ducharse después del entreno. El chico,
cuando ve que con estas pautas tiene éxito, se apunta al carro. La
Administración ha de poner más recursos, claro, pero al final no es un problema
de recursos, sino de relación personal. ¿Por qué cambia un chico así? Pues
porque establece una relación de amistad con un voluntario al que quiere y toma
como referente. Eso es lo básico, lo que no puede faltar.